#lifestories

El 27 de agosto de 2024, todavía estaba en la comisaría de policía de París. Era mi tercer día allí. Sin dispositivos ni acceso a Internet, me sentí como si estuviera haciendo una desintoxicación digital extrema.

Ese día tenía mi habitual entrevista de varias horas con la policía. Entre las preguntas, le pregunté a mi abogado si mi ❤️ Julia también vendría al interrogatorio. Me dijo que se esperaba que viniera, pero que no podía venir. Le insistí para que me explicara los motivos. “¿Se asustó? ¿Se fue de París?”, pregunté. Dudó. “Está embarazada”, dijo finalmente.

No era la respuesta que esperaba en ese momento. Mantuve la calma durante todo el tiempo que estuve bajo custodia policial, pero este giro de los acontecimientos me tomó por sorpresa. Después de una pausa, dije: “Gracias por la buena noticia”. Las otras personas presentes —el traductor, el empleado, el policía— esbozaron sonrisas incómodas.

Más tarde me enteré de que la policía no sabía cómo comunicarme la noticia del embarazo de Julia. Las circunstancias no eran precisamente festivas. Julia estaba sola en un país extranjero en el que nunca había estado antes. Nadie sabía cuándo podría volver a hablar con ella.

Por suerte, me dieron el alta al día siguiente por la tarde. Cuando entré en la terraza de la azotea del alojamiento donde se alojaba Julia, estallaron unos magníficos fuegos artificiales justo delante de mí. Abajo, acababa de empezar la ceremonia de apertura de los Juegos Paralímpicos.

Pero el ambiente no era festivo. Me enteré de que, mientras estuve fuera, Julia había estado bajo una presión demencial. Un bloguero difundió el rumor de que era una “agente del Mossad”. A otras personas se les ocurrió la absurda idea de que fueron sus publicaciones (y no los datos de mi vuelo chárter) las que habían llevado a la policía a recibirme en el aeropuerto.

Tras la confiscación de sus dispositivos, no pudo acceder a sus cuentas de Telegram e Instagram durante semanas. Su silencio absoluto en las redes sociales provocó aún más especulaciones. El acoso cibernético contra ella siguió alcanzando nuevos niveles.

Julia se mantuvo firme, pero, a diferencia de mí, ella no estaba acostumbrada a la hostilidad. No está hecha para la guerra.

Hace dos días, ella estaba visitando al médico que controlaba su embarazo. Yo estaba en medio de mi jornada laboral de 12 horas cuando Julia me envió un mensaje de texto desde el consultorio del médico. Supe al instante qué era lo que me pasaba.